LOS MASAJES

Llevaba jugando al futbol de forma más regular unos cuatro años. Raúl era mi amigo de la infancia. Habíamos compartido clases, equipos de futbol, juegos, libros, casa e incluso novia. Aunque esto último con los apenas 17 años con que contábamos no fue más que un, llamémosle, despiste pasajero. Aunque no fuimos de criarnos uno en casa del otro, conocía perfectamente a su familia, y él la mía. Habíamos compartido algún domingo que otro en la playa y como nuestros cumpleaños caían relativamente cercanos, los habíamos celebrado más de una vez para los amigos del cole juntos. Raúl tenía un hermano mayor de 25 años, que ya no vivía con ellos en casa y una hermana de 20, Lucia, muy simpática y que aunque no tenía un trato constante con ella, era muy atenta y agradable. Su padre viajaba mucho, por lo que solo lo veía, de vez en cuando, los fines de semana en los partidos. Y por último su madre Elena, que era una mujer encantadora. Creo que tenía unos 45 años, pero se conservaba como una de 35. No como mi madre que con 43, aparentaba más que ella. Sabía que Elena iba a gimnasio y era de espíritu joven. Estaban bien acomodados y tenía mucha vida social, con amigas, ya que su marido, el padre de Raúl, por trabajo, paraba poco por casa. Cuando iba a su casa, cuando era más niño, nos hacía unas meriendas impresionantes. Era mi mayor recuerdo. Ahora la verdad es que iba bastante menos. Entre el deporte y los estudios no teníamos mucho tiempo.



Yo me llamo Santiago, y con la edad que tengo, al gustarme el deporte y haberlo practicado de siempre, me conservo todo un figurín. No llego al 1’80 m de altura y de complexión atlética, no musculado en exceso, más bien fibroso. Debido a la actividad deportiva que llevábamos, últimamente entrenábamos más y arrastraba unas molestias en uno de los gemelos.

Raul me comentó que su madre, para llenar el tiempo libre que tenía se había apuntado a unas clases de masaje. Que llevaba ya 5 sesiones y estaba como loca preguntando entre sus amigas quien quería una sesión para practicar. Su hija Lucia estaba estudiando fisioterapia, y desde entonces le había entrado las ganas de practicar masajes. “Una distracción más de mi madre”, me decía Raúl. Entonces me acordé que mi madre la había comentado a mi padre que la vecina del segundo fue a hacer un poco de conejillos de indias y que le había gustado mucho, que sabía hacer muy bien los masajes. Con todo aquello le dije a mi amigo que por qué no probar, y quedé con él para ir a su casa al día siguiente a las seis de la tarde. Él se lo diría a su madre.

A las seis en punto estaba tocando al timbre. Me abrió el y estuvimos un rato en su habitación, hablando de clase y de un par de chicas que nos sonríen mucho cuando nos vemos en el patio.

Alguien tocó en la puerta y acto seguido entró su madre. Pidió disculpas por el retraso. Venía con ropa de calle, y me dijo que en 5 minutos montaba el “gabinete” y nos poníamos a ello. Aquello me sonó excesivamente profesional. Yo pensaba que me lo haría aquí mismo, sobre la cama de mi amigo o en el sofá del comedor. No habían pasado ni los 5 minutos y apareció con una bata blanca y dos o tres botes en las manos. Me hizo pasar a la habitación que tenían al fondo en la buhardilla, que yo siempre la había conocido como la de los juegos, cuando de niño iba a casa de Raúl. Estaba a continuación de un espacio que usaban de estar, con un proyector donde veían pelis y el futbol.

Cuando entré en la habitación había luz muy tenue, olía a incienso, pero muy levemente y había una camilla en el centro. Dejó los botes en una mesita auxiliar y me señaló un pequeño biombo que había en uno de los lados. Estaba empezando a sentirme un poco cortado, y eso que estaba mi amigo también. Se rió Raul y me dijo: “Ale Santi, os dejo que mi madre te va a tener una hora fijo. Con las ganas que tiene de practicar…”.

Me situé detrás del minúsculo paraban mientras cerraba la puerta de la habitación al salir mi amigo. Su madre no dejaba de hablar de lo bien que se le daba, que había encontrado una afición que le llenaba, bla, bla. Yo la verdad no la estaba escuchando mucho. Como no sabía muy bien cómo funcionaba aquello le pregunté:

-    ¿Qué me tengo que quitar Elena?

-    Pues deja los pantalones haí detrás, junto con los zapatos y los calcetines.- me dijo

-    Y la parte de arriba también, - dudé mientras se lo decía-.

-    Como quieras, en principio es solo de piernas, por lo que me ha dicho mi hijo, pero si me dejas, te hago también espalda y pecho, que yo lo que quiero ahora es practicar.-me dijo Elena.



El caso es que me quedé en calzoncillos, listo para recibir aquel masaje. He de decir que no me sentía cortado por estar en calzoncillos delante de ella, pues en la playa cuando éramos niños habíamos ido juntos las familias, y ella solía hacer topless, y siempre habíamos estado en un ambiente lo más normal y distendido. Pero me empecé a poner algo nervioso cuando me imaginé solo en calzoncillos y pensé en las tetas tan chulas que tenía y el culo tan duro y respingón. Claro, de aquello hace por lo menos 4 ó 5 años. Desde entonces no hemos vuelto a ir a la playa juntos, pero como sabia que ella solía ir al gimnasio, supuse que seguía igual de estupenda.

Salí de detrás del biombo y cuando ella me vio en calzoncillos se llevó las manos a la cabeza, y haciendo una expresión de “que tonta”, me alargó una prenda blanca con forma de tanga y me dijo que me lo pusiera. Lo miré con incredulidad y le pregunté si era lo que me imaginaba que era. Ella se rió y me explico que lo normal es poner ese tanga para hacer mejor los masajes y acceder a todas las partes, a la vez que es más higiénico pues es de usar y tirar.

El caso que, aunque me veía ridículo, me lo puse y me senté en la camilla. Ella me tumbó boca abajo y me puso una pequeña toalla sobre el trasero. Se embadurnó las manos con un líquido y a su vez mis piernas. Empezó a masajearme las piernas de forma general y poco a poco se fue centrando en los gemelos. La verdad es que lo hacía realmente bien. Me estaba quedando frito en la camilla. Entre el ambiente, la música, la luz tenue y el masaje me estaba amodorrando. No sabía el tiempo que llevaba, pero me desperté cuando empecé a notar masajes en la zona de los muslos, y metía sus dedos de forma ágil entre mis piernas para acabar bajando hasta la parte posterior de la rodilla. Se pasaba de una pierna a otra, llegando a tocar el inicio del culo. Notaba como metía las manos por debajo de la toalla, aunque a la tercera vez que hizo este movimiento, paró y me subió la toalla. Por el fresquito que notaba me había dejado la mitad inferior del culo al aire. Yo no tenía ni idea que aquello, pero no sé si era yo, ella, o mis hormonas, pero me estaba empezando a revolucionar. Me sentía culpable. Estaba notando como se estaba poniendo morcillona bajo el minúsculo tanga, y como me la había orientado hacia abajo, y por el masaje me había separado levemente las piernas, estaba seguro que ella veía que la tenía ya con un tamaño semi erecto. Continuó cinco o seis veces más y me dijo que si prefería que fuera a la espalda o a las piernas por delante. Yo no lo dudé ni un segundo, y le dije que espalda, así podría recuperar el estado de flacidez de mi pene, y darme la vuelta con normalidad.

Se situó delante de mi cabeza y empezó a masajearme. De nuevo estaba entrando en un estado de sueño debido al masaje que me estaba dando. Cuando llegaba a la parte baja de mi espalda, tocaba mi cabeza en su bata. Debido a que se debía estirar un poco, la bata se le abría ligeramente, pudiendo ver unas mallas blancas debajo, marcando perfectamente la forma de su sexo. Increíble. Cada vez que le tocaba notaba unas piernas muy duras. La verdad es que la mami de Raúl estaba muy pero que muy bien. Sabía que me iba a pedir que me diera la vuelta de un momento a otro, por lo que no quería entrar en un bucle de excitación y cerré los ojos y me aparté ligeramente de forma que no entraba en contacto con ella.

Pasados un par de minutos más, me dijo que me girara. De una forma muy profesional se pudo en un lateral y levantó la toalla de forma que me tapaba mis partes, a la par que me dejaba libre para gírame, mientras ella miraba al frente. Pensé que lo hacía muy bien, pues de esa forma evitaba contactos visuales que podían llegar a molestar al cliente.

Se puso con mi cabeza y fue bajando a los pectorales. Como me vio con los ojos abiertos me preguntó si me había dormido, a lo que le contesté que creía que un momento si. Se rió y me dijo que eso era bueno, pues estaba consiguiendo relajarme. Me dijo que los gemelos los tenía un poco tocados, y que sería bueno que repitiera la sesión un par de veces. Dicho esto se paso a las piernas y los pies. Me preguntó si los abductores me dolían, para trabajarlos un poco, pero lo dije que no. La verdad, se lo dije mas por corte que por otra cosa, porque ya me estaba imaginando con sus manos trasteando por ahí y yo palote. Por lo que le dije de inmediato que no. Además me dijo que llevábamos más de una hora y que lo sentía pero tenía que dejarlo aquí. Le agradecí la sesión mientras me cambiaba tras el biombo, y ella me preguntaba que qué tal me había parecido. Todo fue muy correcto.

Al quitarme el tanga vi una pequeña mancha, seguramente producida por mi excitación momentánea, y lo arrugué enseguida para tirarlo a la basura. Me lo pidió Elena, pero le dije que ya lo tiraba yo, que no se preocupara. Pero casi me lo quitó de la mano diciéndome que ella se encargaba. Pese a que tenía una papelera a dos metros, se lo metió en el bolsillo de la bata, cosa que me pareció rara, pero ella igual tenía otro sitio donde los tiraba.

Me dijo que no le debía nada, que estaba practicando. Y me llevó a la habitación de su hijo.



A los dos días volví, pues Raúl me dijo que fuera a las 7 de la tarde. Subí a la buhardilla y esperé con mi amigo en el sofá. Pasados diez minutos salió Elena con la hija de una amiga, que por cierto estaba tremenda, y observé como también se metió el mini tanga que llevaba en la mano en el bolsillo, por lo que pensé que era lo habitual.

Pasé a la habitación, y me dio dos besos, como siempre. Fui directamente al biombo y procedí a desnudarme. Esta vez no me quité la parte de arriba, y ella me dijo que si no nos entreteníamos podía hacerme algo de espalda, pero que de momento no me lo quitara. Me dijo que me daba el último tanga desechable que le quedaba, que tenía que comprar mas, mientras tiraba el que tenía en su bolsillo a la papelera. Pero cayó fuera, y casualmente con el interior hacia arriba, por lo que pude ver una mancha. Me quedé un poco tranquilizado, pues me dio que pensar que era normal, que con los masajes, se manchara algo la braguita, fruto de la excitación involuntaria que produce el propio masaje. Pero por otro lado me aterrorizaba volver a empalmarme.

Salí de tras el biombo y me tumbé en la camilla boca abajo. Elena se acercó y empezó a embadurnarse las manos y a masajearme las piernas. Se le había olvidado colocarme la toalla sobre el culo. No sabía si de forma voluntaria o no. Me trabajó muy bien los gemelos. Se estaba empezando a relajar de verdad. Aunque quería estar alerta para hacer esfuerzos mentales por si empezaba a excitarme. No tardé. En cuando empezó a masajearme el bíceps femoral y los músculos internos de la pierna. Mi polla empezó a crecer, notaba como iba aumentado de tamaño, y Elena lo podía ver todo desde su posición, pues al tenerlo orientada hacia abajo, vería perfectamente cómo iba creciendo. Yo intentaba acomodarme para que no se notara tanto, pero con el tamaño que estaba cogiendo, noté incluso que el glande se estaba saliendo del pequeño tanga. Diossss!!! Era angustioso a la vez que tremendamente placentero. De pronto, el tema dio un giro. Porque con toda la naturalidad del mundo, Elena exclamó un “que se te escapa” mientras sonreía y en un movimiento ágil, estiraba mi tanga hacia abajo y volvía a introducirse el pene dentro de la braguita tanga. Yo no pude más que decir:

-    Por favor, que bochorno!!!.

-    Santiago, no te preocupes, es totalmente normal.- dijo ella con voz tranquilizadora.

-    Perdóname Elena. De verdad. No podía controlar la situación. –insistí.

-    Tranquilo hombre. Es totalmente normal. Quien nos dedicamos a esto lo tenemos muy asumido. En serio. No te preocupes.

-    Me tranquilizas un poco, la verdad. Ya creía que era un degenerado o yo que se.- le dije.

-    Jajajaja. –Rió ella.- Para nada. Es habitual…… - hizo una pequeña parada, y continuó.- Lo que no es tan habitual es el tamaño de tu pene, Santiaguito. Cuando eras pequeño y te bañabas desnudito en la playa no apuntabas esas maneras.- volvió a reír para distender el ambiente.

-    Vaya….. tú crees? Yo creía que era del montón….. pero tú habrás visto más que yo, seguro.- me atreví a decirle.

-    Hombre, la he visto por un lado y no entera, pero creo que estaba muy bien, -volvió a decirme. Y añadió: Ale, date la vuelta…… -Hizo una pequeña pausa,- a ver si de frente se ve mejor!!!! – bromeó mientras me ayudaba a dar la vuelta.

Yo la verdad me reía, pero estaba un poco abochornado. No sé si lo decía en broma o en serio, pero es cierto que ahora me vería la polla tiesa, seguro.

Me di la vuelta, y como estaba orientada hacia abajo, con el movimiento se salió por un lateral y se quedó mirando hacia arriba. Como no tenía la toalla, Elena pudo contemplar todo el espectáculo en primera fila. Fui rápidamente a colocármela dentro del tanga, pero ella me paró, y me dijo.

-    Ves lo que te decía. Tienes un buen miembro. –Me puso dos dedos en medio de la polla para que liberara la base del pene del tanguita, y poder verla bien. Mientras añadía: Me gusta que los chicos tan jóvenes ya os depiléis entero. Es mucho más higiénico y os hace un sexo más bonito.

-    Si,….. bueno,……si. La verdad. De siempre lo he hecho. –dije bastante cortado. – Con el sudor del juego y eso, voy más cómodo. De verdad te parece bonito? – pregunté.

-    Créeme que he visto unos cuantos en mi vida. Y al tuyo le echo unos 19 o 20 cm. Y el grosor es perfecto. –dijo mientras me lo rodeaba con los dos dedos que previamente me lo había cogido. Y siguió: mira, si no puedo juntar los dedos. Vaya, vaya Santiago se nos ha hecho todo un tío……- dijo mirándome.

Yo tenía la polla que me reventaba. Estaba palpitándome, y medio glande asomaba por entre el prepucio. Creo que ella lo notaba. Estuvo unos segundos admirando el pene, hasta que ni corta ni perezosa empujó el prepucio hacia atrás y dejó el glande a la vista. Mentiría si no digo que me hizo algo de daño. Ahora estaba todo el capullo al aire, notaba como palpitaba, sonrosado y ya con una pequeña gota de líquido preseminal en la punta. La movió de un lado al otro, observándolo. Entonces me dijo.

-    Ves lo que te digo. Tienes un glande descomunal. Ya no es lo grueso que tienes el tronco del pene, es que el glande hinchado es enorme. –dijo con toda naturalidad.

-    Si….. bueno…..no se.- balbucee.

-    Ay, perdona perdona Santi. No debería haber hecho esto……. Lo siento.- se disculpó.

-    No, tranquila, no pasa nada….. –mentí.

-    Es que cuando veo un pene bonito me gusta contemplarlo, y el tuyo es realmente atractivo. Además no te preocupes por mí que he visto de todo. Ahora, también te digo que he visto varios casos de correrse con un masaje, así que ya te digo que esto es más habitual de lo que parece.-dijo Elena.

-    De verdad? –dije

-    Si, si. En unas sesiones demostrativas, vino un chico típico armario ropero. La verdad es que estaba cachas. Se pusieron a darle un masaje y había un momento que le hicieron un masaje a 4 manos, y se lo daba una profesora y un profesor. Ya ves que en cuestión de masajes da lo mismo el sexo, lo importante es como se haga. –me lo recalcó mirándome. Y continuó: y en eso que oímos un ruido extraño, y un pequeño suspiro del chico. Cuando se levantó comprobamos que se había corrido. Estaba muy apurado, pero la profesora le quitó punta al asunto y todo quedó en una anécdota.

-    Uffff. Me pasa eso a mí y me muero –dije.

Nos reímos los dos. Mi pene empezó a recobrar su estado normal y Elena acabó su masaje de piernas sin más problemas. Me vestí y me preguntó si lo llevaba mejor, a lo que le respondí que si. A pesar de eso, estaba deseando volver, porque estaba pasando momentos increíbles en su camilla, y la verdad es que lo hacía realmente bien, y además, no me cobraba un euro.

A los dos días estaba allí de nuevo, puntual. Elena llegó a su casa cuando yo. Venia de correr un rato. Llevaba sus mallas blancas y un top fucsia. Estaba espectacular. No sé si estaría operada, pero marcaba unas tetas increíbles. Si recuerdo en la playa de que hiciera topless y verle sus grandes tetas, desde la inocencia de un niño, pero las tenía muy altas para su edad. Supongo que cosas de los sujetadores.

Se abrió el ascensor y pasó delante mío. Llevaba un tanga oscuro. Se le notaba a la perfección, marcándose tras las mallas. Su culo era de infarto. Nunca había mirado a Elena con los ojos que los miraba ahora, pero con su bata, o su ropa de calle no me había dejado ver, o no me había fijado, lo hermosa y maciza que era. Y el triangulo que se le marcaba por delante en las mallas eras increíble.

Se abrieron las puertas del ascensor y pude salir del trance en el que estaba sumido. Pasó delante de mí y yo solo hacía que mirar el movimiento de sus cachetes. Pude ver que no iba apenas sudada. Supongo que no habría estado mucho tiempo.

Me dijo que ya no se acordaba que habíamos quedado, y que ella se tenía que marchar después. Le pregunté si quería que volviera otro día, pero me dijo que no. Me propuso que subiera ya, así estaría media horita conmigo y luego ya iría a ducharse y cambiarse. Así lo hicimos. Ella ni se cambió ni se puso la bata. Yo me fui tras el biombo y me desnudé entero. Me asomé para que me diera el tanga. Estaba de espaldas arreglando la camilla y no se dio cuenta. De una se dio la vuelta y me vió totalmente desnudo, mientras yo le decía solamente la palabra “braguita”, a lo ella llevándose las manos a la cabeza me dijo que se le había olvidado comprar. Me di media vuelta para buscar mis calzoncillos y ella me dijo:

-    ¿Pero adónde vas?

-    ¿Cómo? – respondí yo.

-    ¿No te irás a marchar por eso?-  continuó ella.

-    No – le respondí. – Iba a ponerme mis calzoncillos.- añadí.

-    Venga, venga. Que hay confianza, Santi. Ven así aquí, está bien.-dijo segura de sí  misma.

Yo veía que no quitaba vista de mi polla, que aunque es estado flácido parecía una normal y corriente, en mi mente no dejaba de pensar en sus alabanzas hacia mi miembro erecto del otro día.

-    ¿Seguro? –dije.

-    Pues claro. Si ya nos conocemos tu pene y yo del otro dia, no? –dijo soltando una gran carcajada.



Me tumbé en la camilla. Me la acomodé hacia abajo como siempre. Todo iba bien hasta que empezó a masajear mis muslos, llegando esta vez hasta los glúteos. Lo hacía realmente bien, y me estaba relajando de lo lindo. Estaba controlando más o menos la situación, hasta que empezaba a meter las manos por los músculos interiores, de forma que en cada pasada, de forma ligera, me tocaba los testículos. Empezó a crecerme de nuevo. Ella se dio cuenta, por que antes de que pudiera decir o hacer algo, me dijo un “tranquilo” que la verdad me tranquilizó bastante.

Todo pegó un giro inesperado cuando, estando ya realmente empalmado, con la polla mirando hacia mis pies, asomando entre las piernas, Elena en uno de sus pases por los muslos internos, me acarició la polla desde los huevos hasta la punta. Con una mano y luego con la otra. Yo no daba crédito. No sabía qué hacer, pero me estaba palpitando más que nunca la polla. Pensaba que me iba a reventar. Giré la cabeza para mirarla y la vi observando sus movimientos, mirando como acababa acariciándome mi polla. Le pude ver los dos pezones hinchados bajo su top. Aquello estaba ya fuera de sí. Ella ya había dejado de masajear los músculos en había rodeado mi polla con su mano. Con una y luego con la otra. La había descapullado y estaba masajeándola desde la base hasta la punta, y cuando llegaba al glande hacía medios giros con las manos que me estaban dando un placer nunca antes recibido. Si aquello duraba medio minuto más iba a correrme como nunca. Levanté la cabeza y le dije:

-    Elena, como sigas así me corro en tus manos.

Ella se incorporó, y me sonrió. Pude ver con más claridad sus firmes tetas acabadas en punta por los pezones tan duros que tenia, pero es que le pude ver una pequeña mancha en la malla blanca, en su sexo. ¿Es posible que estuviera tan mojada? Me miró y dijo:

-    Ay, Santi, lo siento. Me he dejado llevar…….

-    No, tranquila, no pasa nada.- le dije mientras me daba la vuelta.

En ese momento mi polla dio un respingo y se puso mirando hacia arriba. Vi como a Elena se le iluminaba la cara, mientras volvía a cogerla entre sus manos y decía: “Menudo pollón que te gastas, Santiaguito”.

Dicho esto, ella salió como de un trance y se incorporó. Dándose la vuelta me dijo que la sesión por hoy había acabado. Yo no entendía nada. Ahí estaba yo, con un empalmamiento del quince, totalmente desnudo, mientras ella saliendo por la puerta, y casi sin mirarme, me indicada con el dedo una puerta y me decía: “ahí tienes un baño, para lo que necesites”.

Claro que lo necesitaba. Me hice una paja increíble. No tardé ni 1 minuto en correrme como un surtidor. Puse todo perdido. Pude contar diez o doce chorros a cuál de ellos más fuerte. Cuando me recompuse, limpié aquello como pude, y me vestí. Bajé las escaleras oyendo el ruido de la duche en el baño del pasillo. Se me pasó por la mente entrar, pero no me atreví. Juro que mentiría si no me pareció oír unos suspiros entre el ruido del agua. Quizás se estaba masturbando ella pensando en mi polla. Pero eso nunca lo sabré, por que salí por la puerta y me fui a mi casa.